viernes, noviembre 25

En los celos hay más amor propio que amor.

Aquella noche de viernes, de millones de luces centelleantes, de atardeceres encerrados bajo llave en el baúl y de silencios interrumpidos por el sonido de unos tacones que nadie sabría callar. Aquella noche no intuyo, no vacilo, no dudo, supo que algo había cambiado. Aquella noche en la que la ciudad se teñía de lluvia y su cara de lagrimas se prometió no sufrir más, al menos no de esa forma. El dolor en el que se había encerrado era insoportable, no lo había elegido, era simplemente un precio que debía pagar por haber conocido la felicidad en estado puro. Ella había elegido que él le marcara, una marca que solo el más loco de los locos sabría comprender, que el más ciego de los ciegos podría descifrar en su mirada y que ni el más sincero de los besos podría borrar nunca.

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